lunes, 20 de diciembre de 2010
Suicidio a la curcilería
domingo, 24 de octubre de 2010
Carta para mí
miércoles, 6 de octubre de 2010
Bailando el baile de los "agarres"
Es así que en los últimos años el término ya no es exclusividad de aquellos caballeros despechados y de los otros que se hacen llamar “winner”, sino por el contrario es también ahora de uso femenino. Ahora ellas también nos tienen de agarre. Reconozcámoslo.
Debo mencionar que en mi corto historial de filtreos, remembres, y de más, no he tenido muchos agarres, soy más de esos que se enamora con facilidad, no puedo jugar a regímenes temporales, ¡soy de los definitivos! por utilizar términos aduaneros que hoy por hoy están en boga. En resumen me pongo como cuerda de guitarra al toque. Y aún sabiendo que gozo de gran destreza para la práctica del juego del “templado monce”, pensé en viajar y visitar a la chica con la que estuve saliendo todo el verano pasado, y que ha esquivado olímpicamente mis correos y llamadas telefónicas en las últimas semanas. Quizá mi capacidad de entendimiento era ajena a esos amores de vado y gorrión, y no podía asimilar que algo tan maravilloso podría terminarse sencillamente por la distancia o un simple viaje. Caramba, no dicen acaso que el amor puede contra todo. Y yo, estaba enamorado.
Por otro lado me resistía (no sé si por carecer de falsa vanidad) por choteado a utilizar la filosofía del “winner”, y comentar en cenáculos y tertulias que la chica que conocí en la playa el último verano fue simplemente mi agarre (y eso que yo sí llegué a la etapa de conocer su casa y a sus apis). Ese viaje era la oportunidad de tenerla face to face y saber de una vez por todas que podía pasar y que no, entre nosotros. Salir del limbo era la consigna.
Entonces con mochila a las espaldas y la nalga tiesa llegué a
Esa tarde me puse un saco azul y zapatillas rojas, los lentes de carey más negros y gruesos que encontré, y con esa pinta de intelectual rebelde que tanto les gusta a las mujeres liberales de enciclopedia, me fui prontamente al encuentro de la mujer de mis angustias. Al observarla me di cuenta que nada había cambiado en ella, morral al brazo izquierdo, pines en la solapa, un café con leche en una de sus manos, y en la otra el Etiqueta Negra de la semana. Era la misma fiera de siempre, la sola diferencia es que se había mudado de jungla.
De un instante a otro cambio todo su condición de sofisticada chica informada de café céntrico de un miércoles por la tarde, por la de una espontánea quinceañera, saltó de un cómodo mueble y me dio fuerte abrazo, cayeron la revista y su pesado bolso al suelo, el café se salvo por escasos centímetros, y nos unimos en un romper de huesos que fue salvado estrechamente por su abrigo y mi saco.
Me invitó a tomar asiento, y en poco menos de una hora nos actualizamos de nuestras vidas, y de las vidas de esas vidas que teníamos en común, comentamos de política y del clero, me hizo un test publicado en una vieja revista que llevaba consigo, y yo le hice un breve diagnóstico de su gastritis. Me tomó de la mano cuado recordó la muerte de Benedetti, y yo la suya cuando recordé la de Saramago. Se enterneció al recordarme que aún me recuerda en sus sueños, y yo al reconocer en su recuerdo el dolor de los míos. Y luego de ese instante de sinceridad envuelta en dolor nos echamos a reír por la practicidad de nuestras mentes liberales. El nudo se había desatado con su sola pregunta: ¿estás hospedado cerca?
No escribiré líneas sobre lo que sucedió esa tarde-noche-mañana, pues las leyes de lo antrópico me lo impiden, ya que lo que sentí en ese instante difería de lo que vivía en ese presente, del mismo modo hoy estoy convencido de no estar seguro si lo que viví fue lo que realmente viví, y quizá en un tiempo dude también de mis actuales dudas.
Lo que sí puedo escribir es que a la mañana siguiente el ruido del agua que discurría por el lavatorio me despertó de un porrazo, ella había abierto la ducha tan de golpe como de golpe abrió mi corazón al decirme la tarde anterior que aún me extrañaba. Mientras ella empezaba a tomar una ducha, yo empezaba a despertarme. Con los ojos entreabiertos miré a mi alrededor y empecé a sentirme un victorioso gladiador de esa arena en que se había transformado la habitación, tendido en las sábanas color rojo que le daban una apariencia medio putañesca a la cama (ideal para sus fines) observaba mi cuerpo reposado y lleno de un vigor que me animaba.
Me sentía poseedor de todo lo que me rodeaba, material e inmaterialmente, que por unos momentos olvidé que esa mujer desnuda en la ducha hacía varias lunas que no era mía, si es que alguna vez lo fue. Entonces empecé a realizar ese ritual neurótico y estúpido que consiste en revisar las pertenencias ajenas, ese escrutinio innecesario que te lleva a buscar lo que no quieres encontrar, y que casi siempre terminas encontrando.
Abrir su cartera no fue difícil, la ha usado por siempre sin cierre, y fue su agenda con lo que me encontré primero, fui directo hacia su directorio y me di cuenta que ahora tenía cuatro hojas nuevas llenas de nombres, direcciones y teléfonos, cuatro hojas en cuatro meses no está nada mal pensé, a mí me hubiese tomado eso cuatro años. Busqué en su agenda que hizo el día seis de mayo (último de nuestros aniversarios –celebrado a la distancia-) y encontré solo una estrellita pegada que decía: “día importante”. Sonreí. De pronto algo empezó a vibrar, era su celular anunciando la llegada de un mensaje de texto. Instintivamente y sin remediar en las consecuencias presioné el botón de lectura, el remitente era un tal Juan Martín y el mensaje decía: “Si encendemos el cielo por la noche, es deber recoger las estrellas por la mañana, te extraño mi amor”. A veces me parece increíble la manera fotográfica con la que puedo recordar ese mensaje. No tuve tiempo ni de pensar en el contenido cuando le sentí salir de la ducha. Rápidamente camuflé su celular entre libros, artículos de cosmética y demás, me abalancé sobre la cama y apelando a mis dotes histriónicos hice la pose canina del muertito, no sé por cuantos minutos estuve panza arriba y con la boca semiabierta, pero fueron los minutos suficientes para quedarme otra vez dormido (la tarde-noche anterior había sido muy larga), y para que ella sentada sobre el filo de la cama se untase todo tipo de menjunjes que le supieran quitar el olor a mí.
Al despertar por segunda vez quise cree que el mensaje leído en su celular habían sido solo un mal sueño, de esos breves que uno tiene entre sueño y sueño, pero no era así, todo era real, mi desilusión, su ausencia, todo. En el espejo de la habitación, donde horas atrás deliramos al observarnos mientras hacíamos el amor, colgaba un post color azul escrito en tinta roja. Ella había escrito: “Carlitos, tengo reu de grupo, tú sabes mi examen es en unos meses. Llámame. Tú ángel”. Evidentemente la llamé por la tarde, y también por la noche, y también lo volví a hacer por la mañana del día siguiente cuando mi bus se detuvo en Trujillo. Pero no respondería a mis llamadas y a mis correos, sino hasta después de varios días.
Nunca supe si esa mañana de miércoles del mes de junio, al verme dormido se despidió de mí con un beso, si se río de mí antes de cruzar la puerta, si revisó también mi celular, o si la prisa le hizo olvidar hacer todas las anteriores. Solo sé que esa tarde-noche-mañana, me agarró de “su agarre”, como lo hizo durante todo el verano. Al final y quizá sea como dicen Los Pericos, me fue falta la experiencia para que no me tomen de relajo, y también me fue falto el orgullo y vanidad. Ahora solo queda seguir meditando si quiero seguir bailando o no de su rock and roll.
viernes, 30 de julio de 2010
Entre el destierro y el asilo de la razón y la culpa
En los últimos meses me he resistido a dibujar en letras mis ideas y pensamientos. Perdí la necesidad de contar historias, o quizá en algún descuido esa necesidad fue devorada por el diablo cojo que duerme bajo mi cama. Y al cual, aún no sé por qué, no me animo a desterrar.
Vivo en tiempos convulsos, haciendo drama en mi propia vida como un artista de vanguardia. Y es qué en estos tiempos la línea delgada entre lo vulgar y lo artístico radica en el desenlace de una historia. Los finales felices son para los gringos fenicios, y los tristes para los talentosos.
Días tras noches me alimento haciendo nudos hasta en los más delgados cabellos, tratando de alejarme de aquellos que viven enfermos de estupidez, pero aún no lo consigo.
Mañana tomaré un bus de retorno, con todo el significado que contiene esa palabra. Despertaré con mi vicio de turno: Lou Reed, por la mañana leeré las mismas noticias de ayer aunque con diferentes protagonistas, por la noche estaré sentado dos horas en frente de esta misma pc releyendo las mismas tonterías, y durante el resto del día miraré ciento veintidós veces mi celular esperando no sé qué.
Mañana también cerraré un libro de mi vida con la misma página del libro anterior y con el final triste de siempre. Sólo para no perder la vena artística. Y tal vez antes de dormir invite al diablo cojo a dormir junto a mí, pidiéndole a cambio que vomite mis viejas ganas que se tragó en mi ausencia. De haber sido el diablo cojo el culpable, y de aceptar mi propuesta, podré encontrar la necesidad de contar sobre ese libro de mi vida, y otros más, y tal vez por fin pueda entender el significado de su asilo.