viernes, 24 de octubre de 2008

Se brusca amiga


Amiga brusca, asfaltas la vía del evitamiento mientras conduzco el bus de la palabra, dudo nuestro viaje haya terminado, nosotros nos necesitamos para bien o para mal, porque la amistad nos ha enseñado que no cabe el juego de ganar o no ganar. Firmemos objetivos y abracémonos al vencer, no busquemos una guerra, ni inventemos líos de loca mujer; somos soldados preparados con mucho por pelear, no me dejes ser aburrido que yo no te dejaré contraatacar. Búscame tempranito en la mañana, te aguardaré con un abrazo y el sarapito de mamá, te prestaré mis zapatillas, mi tambor de hojalata y la bicicleta de papá; y antes que te vayas te contaré al oído una mentirita que contenga toda la verdad.

sábado, 4 de octubre de 2008

Gabriela y mi corazón en galleta


Cuando haz terminado la Universidad y no te alcanza ni para la carrera en taxi, marcar al celular de tus viejos para una “ayudadita” se convierte en toda una felonía familiar, y es que en la actualidad vengo cumpliendo diez meses de prácticas sin goce de haber en la formalísima Corte Superior de Justicia de La Libertad, prácticas que son requisito indispensable para la adquisición de mi título profesional, y que la Universidad ha denominado convenientemente como Pasantía, de ese modo según la asignación de roles que se nos estipule nos convertimos en pasantes o paseantes, ya que dichos roles puede variar desde redactar sentencias hasta sacar copias fotostáticas y preparar el aromático café de nuestros eventuales jefes. Ante tamaña situación el fin de semana pasado, cansado de cantar el jingle del pasante (1) en mis más exóticas catarsis por mi crisis económica y laboral -si laboral se le puede llamar-, viajé a la ciudad de Piura motivado por un concurso público para una plaza de trabajo. Ese domingo Sunat había convocado a cuchucientos concursantes, quienes desesperados por una oportunidad laboral lucíamos maquillados por el pincel de Munch y delatados por lo escrupuloso de nuestros atuendos (yo, bajo 30 grados vestía camisa y corbata); en la interminable fila que cubría el total de la extensión del frontis del Colegio Salesiano Don Bosco, una carita muy familiar se dibujaba a los lejos, era Gabriela Rodríguez Landa, mi mejor amiga en los primeros años de la secundaria y en los últimos calendarios la más entrañable ausente, la necesidad de una pronta ubicación en la descomunal fila nos obligó a un saludo apurado, sin embargo el comulgar la misma carrera y la proximidad alfabética entre la primera letra de mi apellido y el suyo, nos depararía compartir durante la evaluación la misma carpeta. De ese modo su compañía disipó mis temores y lo que se insinuaba como una terrorífica espera pasó a ser un coloquial preludio, maximizamos una cháchara de quince minutos y nos dimos abasto para comentar de nuestros futuros planes, de la llamada que recibió de Estados Unidos por el día de su cumpleaños, de las veces que infructuosamente intenté enamorar a su mamá en mi primer amor ciento por ciento platónico y ciento por ciento adolescente, del día que nos conocimos (la tarde que le dictaron clases particulares de matemática en mi casa –Gabriela fue siempre muy mala con los números, a decir de ella por eso eligió Derecho-),de su ex “El chino”, y hasta de como nos reíamos por la coincidencia de sus dos apellidos con el de mis dos grandes amores de época, de Gabriela y yo, podría escribir un blog entero, y algo más; quince minutos y ya había descubierto que Gabriela era la misma de siempre en todas sus envolturas: físicas, espirituales y hasta conductuales, Gaby no había cambiado en nada ¡ Dos horas mas tarde, y ya terminadas las evaluaciones técnicas y psicológicas de rigor, Gabriela me invitó a su casa, a esa gran casa de estilo barroco con terrazas amplias donde festejábamos su fiestas de cumpleaños donde a los catorce bebíamos Fanta con cañita hasta que cayese el sol para luego despedirnos en cada uno de los peldaños de sus largas escaleras de madera color ocre y de poca iluminación, acepté sin dudar. Seria complicación existencial el que tu cabezota olvide a alguien a quien nunca pudo olvidar tu corazón, una carita de bienvenida y el hechizo se conjura otra vez. Ya instalados en su casa festejamos de a dos el reencuentro de dos viejos amigos, la Fanta la suplimos por dos Baileys y la –paradójicamente- esperada despedida la alargamos un poco más; Gabriela que siempre fue de buen apetito sugirió pedir algo de comer, no dudó en elegir comida china, y yo que soy un buen caballero me ofrecí a invitarle, pero la crisis económica que atravesaba y que me impulsó a buscar prontamente un trabajo (esta vez remunerado) me impedía complacer el delivery de un conocido restaurante de comida china que ella sugirió, así que criollismo yo, la convencí de ir a cenar a un “huequecillo” que a dos cuadras anunciaba los mas variados platos cantoneses en un singular pizarrón que adornaba un bigotudo dragón; ya devorados los platos la finta resulto exitosa, el lugar era en verdad un exitoso huequecillo y de buen precio claro, y de ese modo yo resulté ser un exitoso guía, nos despedimos de su asiático anfitrión quien nos obsequió una bolsita con las infaltables galletitas de la suerte, esa que aquella tarde noche abundaba. De regreso a su casa las dos cuadras se hicieron largas y anchas, no escatimamos en hacer nuestro andar lento y nuestra sonrisa amplia, fue como un pago al contado por todo el tiempo prodigado en los últimos años, caminamos hasta la puerta de su casa donde guardián aún duerme un gato tallado, y donde hicimos un silencio iluminado por sus preciosos ojos color avellana, puse mi ambas manos en ambos bolsillos traseros de mi pantalón de fiesta (hoy de entrevista) e hice postura de adolescente tímido que intenta robar un beso, de pronto Gabriela tomó mis hombros, inundó mis ojos de los suyos, y me dijo en tono reflexivo (con su labios tan cerca de los míos que sentía besarla sin estarlo haciendo) que todo era muy repentino y que no quería cometer un error, yo aún animado por ese espíritu adolescente de apasionamientos y locuras, tomé rápidamente una de las galletitas que el cantones nos obsequió y le dije con tono de aprendiz de seductor que “la suerte existe y que determina las circunstancias para que dos corazones sinceros se unan”, destrocé con poca destreza la galleta en mis manos y leí su anuncio con voz en cuello: “esta noche aléjate de apasionmietos ciegos, estos son los impulsos que mueven a las bestias”, sonreí con gesto convulsionado e intenté velozmente destrozar una nueva galletita, pero Gabriela lo impidió, besó mi mejilla izquierda y se despidió de mí con un “hasta cuando sea, Carlos” mientras sus canicas avellanadas traslucían un sutil desencanto. Hoy ha pasada una semana desde aquel día, y no necesito meditar mucho en lo sucedido para descubrir que Gabriela sí había cambiado, había madurado; quien no ha cambiado en nada soy en realidad yo, a los veinticuatro sigo siendo el mismo adolescente apasionado, febril e inmaduro; en todo caso mientras intento superar esta adolescencia tardía y ya sabiendo hoy que he sido el ganador del concurso público de Sunat, podré visitar a Gabriela e invitarle la comida china del restaurante que ella sugirió, quizá este por ser más costoso tenga en sus galletitas mejores anuncios.

(1) http://www.youtube.com/watch?v=FV9UUHcu2d4