viernes, 30 de julio de 2010

Entre el destierro y el asilo de la razón y la culpa


Sentado frente a un teclado en la última noche de un feriado largo, intento destilar tinta por las llemas de los dedos, mientras por el ventanal del quinto piso de un céntrico hotel observo una inusual luna, se parece a la de mi playa azul, pienso.

En los últimos meses me he resistido a dibujar en letras mis ideas y pensamientos. Perdí la necesidad de contar historias, o quizá en algún descuido esa necesidad fue devorada por el diablo cojo que duerme bajo mi cama. Y al cual, aún no sé por qué, no me animo a desterrar.

Vivo en tiempos convulsos, haciendo drama en mi propia vida como un artista de vanguardia. Y es qué en estos tiempos la línea delgada entre lo vulgar y lo artístico radica en el desenlace de una historia. Los finales felices son para los gringos fenicios, y los tristes para los talentosos.

Días tras noches me alimento haciendo nudos hasta en los más delgados cabellos, tratando de alejarme de aquellos que viven enfermos de estupidez, pero aún no lo consigo.

Mañana tomaré un bus de retorno, con todo el significado que contiene esa palabra. Despertaré con mi vicio de turno: Lou Reed, por la mañana leeré las mismas noticias de ayer aunque con diferentes protagonistas, por la noche estaré sentado dos horas en frente de esta misma pc releyendo las mismas tonterías, y durante el resto del día miraré ciento veintidós veces mi celular esperando no sé qué.

Mañana también cerraré un libro de mi vida con la misma página del libro anterior y con el final triste de siempre. Sólo para no perder la vena artística. Y tal vez antes de dormir invite al diablo cojo a dormir junto a mí, pidiéndole a cambio que vomite mis viejas ganas que se tragó en mi ausencia. De haber sido el diablo cojo el culpable, y de aceptar mi propuesta, podré encontrar la necesidad de contar sobre ese libro de mi vida, y otros más, y tal vez por fin pueda entender el significado de su asilo.