lunes, 22 de diciembre de 2008

El Pacto



Ella lo supo esperar con la devoción de una Maga. El tan egoísta en una tarde estranguló infinitas horas. Ella le pidió que no se apartaran, él le dijo aún amándola que su relación ya no iba.
El culpó a la distancia, a que se reconocía egoísta, a que no se veía con ella en Lima y hasta que no podía contarle muchas cosas porque ella simplemente no entendería. Que en verdad nadie lo entendería. Fue así que ocultándose tras la sombra de la insanidad disimuló una risible disculpa. Creo que estoy loco le gritó a la oreja, mientras ella con el auricular sordo empezaba a mojar la calzada, una calzada que no siendo julio bebió del rocío.
El atribuyó locura al no entenderse a sí mismo por abandonar a quien aún ama, a su paz y compañía, a quien sabe su mentira y su verdad, por dejar a quien no tiene a su lado porque le espera. Ella prefirió evitar la hazaña de entender a quien no se entiende y eligió regar el jardín para el siguiente otoño con sus ojos aguaditos a la espera de flores raras.
La comunicación telefónica, tan necesaria para disimular de él su cobardía como para frenar de ella su dolor, terminó con un pacto. Un pacto para vivir. Era mejor no verse y para no verse mejor odiarse. El odiaría en ella el poder hacerle sentir culpable. Ella odiaría en él su cobardía y sus complejos. Así por amor que no es némesis del odio y por odio que no es némesis del amor, se separaron. Pero el odio es tan equivalente al amor en su duración y manifestación. Es por tanto que entre ellos el odio vivirá tantos años como tantos morirá el amor.
A él la culpa le dijo que sería mejor no visitarla en las próximas fiestas. A ella le recitó Bersuit que sería mejor alejarse un tiempo, unos setenta años. Aunque él todas las noches se beba una botella y juegue a la botellita con ella y aunque ella todas las noches le escriba una carta que nunca entregará. Ambos cumplirían el pacto.
Y así se pasará el tiempo. Olvidando solo las ganas de olvidar. Porque no se olvida en quinientas noches, aunque intentes quitar con las manos lo que la cabeza no puede. Y así seguirá pasando el tiempo. No setenta años como tampoco una sola navidad. Pero sí pasaran algunos cuerpos que no conseguirán olvidar los que una vez fueron suyos. Volarán al viento palabras de amor que no sonarán jamás como en su playa. También caerán algunas nuevas lágrimas pero ninguna tan salada como las de aquella tarde de diciembre. Porque los nuevos abrazos y los nuevos besos vendrán solo en traje, vendrán sin verso. Porque las nuevas alegrías vendrán sin lágrimas y las nuevas tristezas sin el confort de un verdadero abrazo. Y tal vez un día, uno de esos cuando te cansas de viajar con la fantasía, te cansas de la depresión y la soledad, cuando te cansas del recuerdo y la necesidad. Quizá algún día. Ella y él, él y ella, rompan el pacto.


A una amiga y sus himnos, porque estas líneas son menos mías que suyas.