lunes, 9 de marzo de 2009

Visitando a Sole


Anoche llegué a su puerta y la golpeé como tantas veces, tres veces y con tres nudillos. Y como era de esperarse ella no me recibió como siempre, se sorprendió y hasta se enojó al verme. Y es que si algo ella no sabe perdonar es que no la visiten. Con los brazos cruzados pero rauda, me pidió que mostrase mis credenciales. Me dijo que las cosas ya no eran como antes y que debía mostrarlas si quería otra vez ingresar. Agaché la cabeza como cuando te regaña una madre y le conté mi descuido. Le conté que hace mucho y mucho enamorado, en las arenas de una playa mezcla de azul y turquesa, las perdí. Pues tonto pensé que nunca más la visitaría. Ella con sarcasmo rió y me repitió que sin credenciales jamás ingresaría. Entonces le mostré mi ofrenda para ella, en la mano derecha le traía un frasquito con lágrimas y en la izquierda varias cicatrices. Yo sabía bien que de esas cosas ella también se alimenta. Pero enojada me cerró la puerta, pensé por un momento que no más volvería pero a los segundos regresó con un espejo en la mano, lo puso frente a mi rostro y me pidió que exhale. Era el procedimiento. Al saberme con aliento y reflejo me permitió el pase. Y es que cuentan los viejos, que bien la conocen, que los muertos siempre la buscan y hacen largas colas en su puerta, pero ella nunca les da refugio porque los muertos por muertos no tienen ya que ofrendar. Y es que ella es también un Dios, da para recibir. Ya en su posada le conté con lastimera y hasta muy tarde como es vivir sin ella, como sabe la comida caliente y se comparte la cama. Ella en silencio solo hacía lo suyo. Sabía bien que no es raro que yo la busque, porque nunca supe bien como estar solo. Fue así que nos acostamos a la cama, yo aún divagante y ella aún en silencio. Y así será por ciento mil noches más. Ella rascándome las penas, aunque rascándome donde no pica. Es el procedimiento.