lunes, 24 de septiembre de 2007

Mariposa Negra


Frágil en tus formas y versátil en tus gustos, creciste en ornamentales campos de narciso, pero aprendiste con solitarios lirios. Llegado el albor de primavera, hoy vives encerrada en tibio pecho, sus costillas cual jaula te impiden raudo vuelo, y es que naciste para hacer y hacerte daño, y al daño como a algo cotidiano, le sonríes, le sonríes aunque duela. Envenenada por tu mitomanía, dejarás marchita la flor en que reposas. Reposas y huyes, huyes antes que rasguen tus alas. Tus sincronizados aleteos son negativos de memorias fallecientes, que solo recuerdan tu veneno. Con olores obscenos te alejaré de mí.
- Inspirado de un Némesis Chiclayano -

lunes, 3 de septiembre de 2007

La tarde que Cecilia desenredó su cabello


¿Recuerdas esas tardes de verano?, esas que empezaban muy temprano cuando el sol explotaba llenando todos los rincones con sus centellantes cabellos, nos refugiábamos en la playa sedientos de su brisa, de su aletargante soledad, una fría roca mitigaba el calor y nos proveía su sombra, La Grama, el rincón de nuestras huídas; ¿recuerdas la primera vez que danzaste sobre mis pies?, bailábamos y bailábamos al compás del réquiem de las olas fallecientes en la orilla, mientras me pedías que te cuente historias de hombrecitos que habitaban al otro lado de la luna, de como los domingos Dios descansaba y de nuestros pecados no se enteraba, o de la vez que me abandonaron en una isla durante mi viaje de promoción; siempre tu atenta con tus ojos sobre los míos, y yo siempre con los míos perdidos sobre el cielo, ¿recuerdas que no me concentraba cuando miraba los tuyos? ¿lo recuerdas? Ceci, Ceci, así sonaban mis reprimendas cuando pellizcabas mis mejillas, Carlo, Carlo, eran más sutiles y rasgadas las tuyas, cada vez que pretendía espiar al sur de tu ecuador, y siempre al final de nuestras danzas y juegos dibujábamos sobre la arena la expresión de esas reprimendas, ambas encerradas en un inmenso melocotón, en la orilla siempre lo hacías, lo mas alejado de ella pedía yo, que el mar lo abrace contestabas, que el viento lo sople replicaba...pero esa tarde, esa tarde, dibujaste tú. ¿Recuerdas que el ocaso ataviaba nuestra despedidas? que frente a ese mismo ocaso de mutuas y eternas travesías, sentados sobre la arena con un beso en tus ojos y una lágrima en tu mejilla me pediste nunca te olvidara, y que con el corazón en la mano y la mano en el corazón te respondí que nunca lo haría; la misma tarde que encerraste tu nombre y el mío en un melocotón de arena, la misma tarde que una lágrima tuya (la única que en nuestro honor y presencia mía regalaste) la playa bebió, fue la misma tarde que una sombra extraña de mi guiño te ocultó; no recuerdo bien después de esa tarde lo sucedido, preciso mis recuerdos ahondar en los tuyos, recorrer en tus pasos mis pasos olvidados, o no comprendidos, sin embargo estás ausente, ausente y distante.