martes, 2 de septiembre de 2008

De Las Despedidas y sus demonios


Las despedidas son situaciones bizarras y muy complejas, las hay como en una Carta de Chifa, con cientos de platos con cientos de ingredientes que no conoces ni entiendes, pero que al final siempre tragas; hay quienes las odian y otros quienes nos odiamos ante ellas.
Las despedidas más recurrentes son las cotidianas, deambulan desde restaurantes hasta avenidas, aquellas nacen producto de un muy ocasional encuentro y no se ven por tanto, en su mayoría, investidas de formalidades o asaltadas por sentimientos. Las hay también a corto plazo, ellas (a diferencia de las anteriores) cargan con sentimientos tan ligeros como el equipaje de ocasión.
Están por otro lado las despedidas largas (en tiempo y distancia), ellas moran en terminales terrestres y aeropuertos, acompañadas de flujos nasales y batallas olímpicas con el “yo desolado” por no abrir el cañito de los ojos, aunque al final siempre se pierda la jodida batalla; en estas despedidas gobierna, de modo autoritario, el terrible desconsuelo por la futura ausencia fáctica de un ser amado. Pero están también las despedidas felices (en las que los lóbulos de las orejas sufren amenaza de mordisco), aquellas se circunscriben a una futura expectativa de satisfacción, es así que todos recordamos nuestra sonrisa de clown con la que nos despedimos de nuestros padres a los dieciséis, el día del recordadísimo viaje de promoción y todas sus chances ad portas de un ligue con la compañera(o) de carpeta por quien babeamos los horrendos cinco años del martirio adolescente llamado Secundaria.
Sin embargo existe una despedida muy particular e innominada, es la agridulce despedida mezcla de las dos anteriores descritas en el párrafo anterior. En estas despedidas sabes que es necesario el alejamiento por la necesidad de alcanzar esa expectativa futura (ajena o propia), y por otro lado no asimilas esa necesidad de alejamiento, pues es honda la tristeza por la ausencia física de quien parte o es “partido” (es harto sabido que quien se queda es quien más sufre). Terminada la secundaria experimenté ajenamente (debido a los albores de la juventud) una despedida con la descrita connotación, mientras la Universidad y su gama de posibilidades me extendía los brazos a cientos de kilómetros al sur de mi morada azul (Paita), mis padres cerraban los suyos para darme un fuerte abrazo de despedida, recuerdo bien que aquella noche que partí mientras empacaba discos y sueños de independencia, mi padre, como buen ahorrador que siempre fue, abría nimiamente el cañito de sus ojos. Hoy a mis veinticuatro años en el medio día de un domingo, me encuentro de pie en un terminal terrestre con la nariz pegada en la puerta de embarque, y ya hecho todo un padre, hijo, amigo, confidente, cómplice y de más de una niña zapatona que calza treinta y ocho, experimento la despedida agridulce de modo propio. Lástima que, de entre las mil y un cosas que me enseñó mi padre, no me enseñó a ser ahorrador.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

ahorrar lagrimas? no aumentan la cuenta del corazon, solo aumentan los intereses q lo acosan a diario... - kev

Carlos Ortiz Garrido dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos Ortiz Garrido dijo...

Para Kev: Lo dice un hombre que ha sabido componer y cantar los deficitarios saldos de su puño rojo. Sabemos eres otro pródigo de sentires. Yo comparto tu opinión, tú comparte mi membrecía.

Anónimo dijo...

me recuerda a la cancion de los enanos: "y tenes que dejar a la gente que amas y a ella que te mira con tristeza y alegria y te dice que te vaya bien mi amor... yo te espero, siempre te esperare..."... a estas alturas creo que mi segundo nombre ya es Penelope...

Carlos Ortiz Garrido dijo...

Para Anónimo: Hay chata (o prefieres que te llame Penélope) ya te enseñaré como colocar tu nombre. Me alegra saber que ya conoces de mi refugio.

Anónimo dijo...

ya me enseñaras a colocar mi nombre??? ... mmmm... no te da para tanto... jajajaja

Unknown dijo...

Al principio me chocaban en el corazón hasta que al fin pude superarlas poco a poco. Y ahora las miro con alegria.