La temprana mañana me despertó con fuerte dolor de panza, la cómplice perfecta de otros desajustes menos físicos; tendido cual sábana plegada con las narices sobre las rodillas en el hoy inmenso de mi cama, desatendí la recomendación telefónica que desde secretaría me invitaba a pedir por delivery una medicina, sabía yo que la causa no era endógena, residía a cientos de kilómetros. Autómata, cogí el control de la cajita entumecedora de ingenios, había que distraer la mente respondí, diez minutos de zapping y de pronto un rostro angelical me sonreía con su anchísima sonrisa, era la niña dulce de oscuros y lizos cabellos, de ojos afilados y cuello elegante, era mi novia adolescente, Winny, la perfecta alegoría de ese níveo romance de secundaria, de amor en chaqueta y zapatillas, con la mujercita compañera escolar, amiga y vecina, preferida por tus padres y con un hermano mayor que te defendía de toda socarrona de barrio; existe una gran diferencia entre lo que queremos y necesitamos pensé, luego echando ha andar la divagación, recordé: Paul McCartney nació y creció en la zona dura de Liverpool de los 50’s, siempre quiso alcurnia, ya exitoso la consiguió al lado de Jane Asher, una joven rica londinense de quien poco después se separaría ya habiéndole dedicado "I’m looking througt you", para poco después casarse con Linda Eastman la mujer que necesitaba y que solo un cáncer de mama le arrebataría; por su parte otro ex - beatle, George Harrison, siempre opacado por la popularidad y físico de los restantes escarabajos, en su interior siempre anheló una mujer hermosa, era lo que quería, se casó con la bellísima modelo Pettie Boyd a quien le fuera dedicadas "Something" por George y "Lyla" por Eric Clapton, su siguiente esposo, por quien abandonaría a Harrison, luego el virtuosísimo guitarrista de Liverpool se casaría con la mexicana Olivia Arias, la mujer que necesitaba, y de quien solo lo separaría un cáncer al pulmón; ambos, ídolos y refrentes por antonomasia de la contracultura de finales de los años 60', al igual que los mortales quieren y necesitan; feligreses y dioses, todos aún adultos tenemos necesidades por madres, amigas, guardianas celosas, hijas con puchero y pechos fieles; y querencias por rostros bonitos, agendas llenas, rasguños dorsales y sofisticación en pieles; entre necesidades y querencias o querencias y necesidades pensé: que a los veintitrés no se puede ser un Dawson Leery o un Kevin Arnold, pero y es que aveces la nostalgia le gana a la edad, entre tanto sonó el intercomunicador, era un delivery de una de esas tantas cadenas de droguerías chilenas que abundan en nuestra ciudad y que taclaeran en la nunca hace algunos años a las extintas boticas de barrio, era un delivery con tres botones arenosos y compactos, al verlos pequeñitos y coloridos sobre la enorme palma de mi mano, los guardé eternamente en el bolsillo derecho de mi pijama color marrón, corrí a vestirme de inmediato para luego irme mejorado y libre de placebos a la oficina, al menos lo suficientemente tarde para agradecer el gesto a Elizabeth, invitarle a almorzar y contarle mis divagaciones, escuchó atenta las últimas pero rechazó la primera, me dijo que una sopita caliente en su departamento sería mejor para mi dolencia, soenreí, ella ignoraba que mi dolor de panza desde su envió ya se había marchado.
jueves, 3 de julio de 2008
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1 comentario:
Interesante, entretenido en algunos párrafos y sobre todo en lo ameno del texto reflexivo.
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